domingo, 2 de septiembre de 2012

poema XII, del poemario "Cantos febriles".

XII

Uno

La tarde se levanta de su mágico sueño
Y ya nada importa,
Tan sólo tu leve soplido
Que arremolina el rumor del día ya vencido
Y la espumante sensación de no tenerte de vuelta
Otra vez bajo mis sábanas.

Dos

El viento pasea sus dedos por tu piel
Te limita a un simple elemento inmóvil.
Cae la noche y ya eres de nuevo la diosa que opaca los rezagos de luz
Que flotan sin rumbo en una noche tan limpia
Como el ojo de un león vigilante.
Te apoderas de ese reino que es tan tuyo
Igual que es tuya la imagen ilusoria que queda de mí a tu lado.

Tres

A medida que la noche entra
Se va llenando de silencio y de calor.
Rara mezcla…
Y sigues allí tendida a tus anchas
Igual a un desierto incendiado y absoluto
Al que nadie visita, que ya nadie recuerda,
Y tiemblas abrazada por la angustia que no cesa de tocarte los pies.

Cuatro

Hoy no vendrá.
Demás está esperar su aparición
Como un hálito perdido en la madrugada que pintan tus ojos dolidos
Agotados de lágrimas y de cansancio.
Caen tus párpados como pesadas puertas giratorias
De tiendas ya vencidas
Y sólo te queda congraciarte contigo misma antes de que llegue el alba.

Cinco

Llega el día con su sol y su minuto de oriente despuntado
Ya no llega el aire a tus dominios ni el sonido de la mañana a tus pequeños pabellones
Poco a poco despiertas de un sueño terrible
Y te dispones a vivir un día más
Aún sabiendo que llegada la tarde volverá ese tormento crepuscular
A susurrarte al oído las tristes canciones que intentas olvidar.

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