martes, 28 de agosto de 2012

Kimbra - Cameo lover

Travis - Writing to reach you

VIAJE AL PARAÍSO DE LA MEMORIA: Diario de invierno, de Paul Auster, es un puzle autobiográfico que alterna páginas anodinas con episodios de alta graduación emocional y evocaciones soberbias, capaces de enaltecer cualquier momento insignificante de la vida cotidiana.

Siguiendo la estela elegíaca o nostálgica de otras aventuras otoñales de grandes narradores contemporáneos en busca de la propia identidad y liberados a través de la confesión ficcional, -Pelando la cebolla o La caja de los deseos de Günter Grass, Hombre lento de Coetzee, Elegía de Philip Roth, Se está haciendo cada vez más tarde de Tabucchi, Calle de las tiendas oscuras de Modiano-, Diario de invierno completa, con impudor, ironía e introspección elevada a la enésima potencia las tentativas autobiográficas que Paul Auster inició con El cuaderno rojo (1993) y A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz (1997) y que trazan la vida de este chico judío y cosmopolita pero sumamente americano que, como Nabokov, Henry Roth o Richard Ford, quiso también compartir con sus lectores una versión novelada de su verdadera vida, una historia verdadera como la que proclamaba en El cuaderno rojo. La sofisticada retórica de la segunda persona elegida por el autor de Leviatán controla un discurso monológico que formalmente quiere presentarse, literalmente (y literariamente), como un diálogo de Auster consigo mismo, pieza teatral en un acto en el que Mr. Auster recuerda a Paul desde su tierna infancia en Nueva Jersey hasta su vida feliz con Siri Hustvedt en su residencia de Brooklyn, un desdoblamiento al parecer inevitable a juzgar por lo que el propio Auster escribió en Experimentos con la verdad, a saber, que "en el proceso de escribir o pensar sobre uno mismo, uno se convierte en otro". Y Diario de invierno, su esmerado autorretrato con retoques, como los de Beckmann, Hockney o Lucian Freud, en ocasiones un diario personal consigo mismo por persona interpuesta y por momentos unas memorias en toda regla, podría verse con las mismas lentes con las que Auster observó que su novela La invención de la soledad no respondía a una autobiografía propiamente dicha, sino a "una reflexión sobre ciertas cuestiones, conmigo como personaje central". ¿Qué cuestiones son las que se abordan aquí? Su condición judía, su condición cosmopolita (un trotamundos de Nueva York a Nueva York con escalas en medio mundo y años de trasterrado en París como un rezagado escritor bohemio de la Generación Perdida de Dos Passos), su condición humana (la sexualidad adolescente, retratada aquí de forma convencional, sin que el talento venza al tópico; la pertenencia a un árbol genealógico de cuyas ramas cuelga un asesinato; la tristeza por la pérdida de los progenitores; su educación sentimental, la felicidad conyugal y paterna, la conciencia de la decrepitud física), su condición de inquilino de veintiuna sedes inmobiliarias listadas y descritas à la mode de Perec, como especies de espacios, y su condición de escritor, esto es, de lector, que ya avanzó en A salto de mata y en su novela alegórica Viajes por el Scriptorium, y que se encarna en su máquina de escribir Olimpia, su tesis con Edward Said o sus novelas de éxito. Al fondo se percibe su condición política, de izquierdas, of course (lo que sea que signifique eso para el Tío Sam).
Bienvenidos al paraíso de la memoria afectiva de la mano de esa bendita impostura literaria que juega a las cartas con la verdad y acaba siempre venciéndola. Diario de invierno (o ¿Quién soy yo? Segunda parte. Crónica de un éxito atroz) es un puzle sentimental que alterna algunas páginas anodinas con episodios de alta graduación emocional y evocaciones soberbias, capaces de enaltecer cualquier momento insignificante de la vida cotidiana. Es el libro de las ilusiones y los desengaños. Es el libro de la vida de un hombre, pero admitamos que es sobre todo el libro de la vida de un escritor, capaz de crear un mundo entero de sensaciones alrededor de un retrete atascado o del cuerpo de una madre muerta, el libro de una persona "precaria y dolida, un hombre que lleva una herida en su interior desde el principio mismo, ¿por qué, si no, te has pasado toda tu vida adulta vertiendo palabras como sangre en una hoja de papel?".
Ahora "has entrado en el invierno de tu vida", Paul, se dice Mr. Auster. Por eso te inquieta esa herida y rastreas aquí su origen.

LAS AVENTURAS DEL MERCENARIO: Un libro sobre barcos, mares y marinos de Arturo Pérez-Reverte permite releer la saga del capitán Alatriste y rastrear su estilo y sus influencias.

La saga Las aventuras del capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte, de la cual se ha editado recientemente su séptimo y, por ahora, último título, El puente de los asesinos, es, en principio, un notable fresco del Siglo de Oro español donde el lector puede pasear por un Madrid en el que, en un radio de poco más de doscientos metros, vivieron Lope de Vega en su casa de la calle de Francos, don Francisco de Quevedo en la del Niño, donde murió Miguel de Cervantes en su casa de León esquina Francos, y que fue frecuentado por Tirso de Molina y el mexicano Ruiz de Alarcón; puede ver (en el sentido más cinematográfico del término; en este sentido, la prosa de Pérez-Reverte es de una notable plasticidad) a Lope de Vega en su vejez, aureolado por la admiración de sus pares y su leyenda de impenitente seductor, o a don Francisco de Quevedo, descendido del pedestal del Parnaso, desvelado por recuperar los favores de la Corte y del conde-duque de Olivares, echándose al coleto varias jarras de vino o dispuesto a batirse con quien se atreva a elogiar a Góngora en su presencia. Son los años, como bien se dice en el volumen quinto de la serie, El caballero del jubón amarillo, en el que la novela se consideraba un arte menor (prejuicio que Cervantes sufrió como pocos), el teatro era el negocio más rentable, y la gloria estaba reservada para los poetas.  Es la España del siglo XVII, ese imperio ávido y voraz, como todo imperio, por otra parte, en el que nunca se ponía el sol porque sus dominios abarcaban las Indias Occidentales, Brasil, Flandes, Italia, las posesiones de Africa, las islas Filipinas y algunos enclaves de las Indias Orientales. Pero lo que narra la saga de Alatriste es el revés de la trama del esplendor, vale decir, el barro, la sangre y la muerte que sostienen a semejante imperio. Don Diego Alatriste y Tenorio es un soldado veterano de los tercios de Flandes que se alquila como espadachín para casi todo servicio a fin de solventarse habida cuenta de las deudas que la Corona mantiene con los veteranos y que no termina jamás de pagar. Una figura que oscila entre el perfil de un mercenario y un mano de obra desocupado; un antihéroe paradigmático.
La saga abreva en la más antigua de las fuentes de la literatura: el relato de aventuras, aquél donde no hay tiempos muertos, donde cada cosa se cuenta a su tiempo sin la menor urgencia y cuya matriz son dos palabras que, manifiestas o tácitas, retroalimentan toda la trama: “Y entonces...”. No sería arriesgado suponer que el modelo privilegiado de Arturo Pérez-Reverte sea la que constituye la novela de aventuras por antonomasia y la que recortó, de una vez y para siempre el molde en el que confluyen hasta confundirse la aventura y el preciso y sincopado ritmo del folletín: El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas.

Como en toda novela de aventuras que se precie, el protagonista tiene un enemigo acérrimo, que siempre está a punto de ser ultimado pero que, por supuesto, no muere: el italiano Gualterio Malatesta, un sicario que, a la manera de los antagonistas borgeanos, se parece mucho a Alatriste, al punto de comentarle, en El caballero del jubón amarillo: “¿Alguna vez habéis pensado –dijo de pronto– en lo mucho que nos parecemos vos y yo?” Pero lo que no hay en esta saga de aventuras es lugar para el milagro o la maravilla. Basta ver el “Epílogo” del sexto volumen, Corsarios de Levante, que narra con brutal y despojado realismo el combate naval en las bocas de Escanderlu: cada vez que se preservan la vida y la libertad es a costa de sangre, combate y sufrimiento, de galeotes enloquecidos por el esfuerzo y de soldados al límite de sus fuerzas; el precio siempre es un precio pagado en carne humana.

La novela de iniciación
La saga también es, y acaso fundamentalmente, una novela de iniciación, una bildungsroman a la manera de la novela de iniciación por excelencia: Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, de Goethe, de 1796.

Quien narra la saga es el joven Iñigo Balboa Aguirre, cuyo padre, Lope Balboa, murió peleando junto a Alatriste en un baluarte de Jülich y cuya madre pone bajo la tutela de Alatriste cuando Iñigo está a punto de cumplir trece años. Al comienzo de la saga –El capitán Alatriste–, Iñigo tiene, en efecto, trece años y se desempeña como criado y paje de Alatriste; cinco años después (El puente de los asesinos) ha participado en el sitio de Breda (El sol de Breda, tercer volumen de la saga), tomado parte en combates navales (Corsarios de Levante, sexto volumen), ha estado en manos de la Inquisición y a punto de ser ejecutado públicamente (Limpieza de sangre, segundo volumen) y recuperado un cargamento de oro para el rey Felipe IV (El oro del rey, cuarto volumen).

La saga es, pues, la novela de iniciación de Iñigo Balboa y su educación sentimental: si el capitán Alatriste vive y padece su amor imposible por la actriz María de Castro, Iñigo también tiene el suyo en la figura de Angélica de Alquézar, la sobrina del secretario real, Luis de Alquézar, y que, de todas las mujeres que conoció en su vida, al decir de Iñigo, “fue sin duda la más bella, la más inteligente, la más seductora y la más malvada” (Limpieza de sangre).

También es la iniciación literaria de Iñigo Balboa, inevitable teniendo en cuenta que vive y respira el aire de la España del Siglo de Oro. En el curso de la saga lee las dos partes del Quijote, el Guzmán de Alfarache, las Novelas ejemplares, los Sueños quevedianos y, guiado por el propio Quevedo, algunos clásicos griegos y latinos. Y aún hay lugar para que en El oro del rey, Pérez-Reverte, en un alarde de anacronismo, le rinda merecido homenaje a José Saramago y a La balsa de piedra, pues se une a los combatientes un tal Saramago el Portugués de quien se dice que está escribiendo “un interminable poema épico en el que trabajaba desde hacía veinte años, contando cómo la península Ibérica se separaba de Europa y quedaba flotando a la deriva como una balsa en el océano, tripulada por ciegos.”

Y si la saga es una novela de iniciación en varios planos también es, por fuerza, heredera de la mejor tradición de la picaresca española. Iñigo y Alatriste se mueven en un ambiente que se hamaca entre lo mejor y lo peor de cada casa. Frecuentan a Quevedo, a condes-duques, cortesanos, clérigos y validos, pero tampoco le hurtan el cuerpo a malandrines, desertores y tahúres que respetan a rajatabla códigos y reglas no escritas. En especial cuando la acción se traslada, como ocurre en Limpieza de sangre, a sitios como el Patio de los Naranjos de la catedral de Sevilla, surge la España más baja y oscura, la que bulle de malhechores, rufianes y buscones, falsos tullidos y mendicantes maquillados que evocan la estremecedora corte de los milagros que Victor Hugo describe en Nuestra Señora de París.

El interminable Cervantes

Pero si hay una influencia –deliberada, visible, indisimulada– en toda la saga de Alatriste, ésa es la de Cervantes; no sólo porque se lo mencione decenas de veces, se transcriban fragmentos de entremeses, poemas y novelas, Iñigo no deje de leerlo y Quevedo de recordarlo, sino y fundamentalmente porque la estructura de la saga es eminentemente cervantina.

Aquello que funge como la célebre traducción de Cide Hamete Benengeli es un manuscrito de cuatrocientos setenta y ocho páginas, editado en Madrid y sin fecha de impresión, que se titula “Papeles del alférez Balboa”; estos papeles, o memorias, de Iñigo son los que un narrador encuentra, ordena y reescribe.

Ello deriva, necesariamente, tanto en la saga como en su confeso modelo, en el planteo de un tema sustancial: el del punto de vista. En un libro notable, El Quijote como juego, Gonzalo Torrente Ballester (el eximio novelista de, entre otras, Los gozos y las sombras, Don Juan o La saga/fuga de J.B.) se pregunta: ¿quién cuenta el Quijote? Un narrador, propone Torrente, que por ciertas señas fáciles de identidad, resulta evidente que no coincide con su autor; más aún, se puede pensar que este autor parece dispuesto a dotar de personalidad propia a su narrador; es un narrador que cuenta de oídas, a veces miente, vacila y se rectifica. De igual manera, se advierte en la saga de Pérez-Reverte un rasgo estilístico en el que no parece haberse detenido la crítica (en especial, la española): la vertiginosa muda de puntos de vista que la obra presenta. En la saga, hay un narrador privilegiado y testigo: el joven Iñigo Balboa, pero no es un testigo a tiempo completo: hay muchos momentos en que Iñigo, por meras razones espaciales, no está junto a Alatriste ni presencia sus acciones. Por lo tanto, aquí hay una muda de punto de vista en la cual surge otro narrador (un narrador a la segunda potencia) que sigue contando la acción. Tal como ocurre en el Quijote con el recurso de Cide Hamete Benengeli, en la saga la verosimilitud se asienta en los ya referidos “Papeles del alférez Balboa”, pero estas memorias no alcanzan para abarcar toda la trama; son los momentos en que se recurre a un narrador que, claramente, no es Iñigo, pero que resulta necesario para cubrir el requisito de la omnisciencia que le es connatural al relato de aventuras.

Enmarcada la acción en el Siglo de Oro y con los relieves de picaresca que ya se han mencionado, no se puede dejar de subrayar el trabajo de lenguaje que Pérez-Reverte realiza, en especial en lo tocante al uso de la germanía. La germanía fue una jerga de ladrones y rufianes compuesta de voces del idioma español pero cuyo significado difiere del consagrado por la Academia, compuesta por vocablos de orígenes harto diversos. El pasaje más ilustrativo de germanía de la saga es un diálogo mantenido entre dos marginales en el capítulo VII (“La posada del Aguilucho”) de El caballero del jubón amarillo. Nuevamente aquí, quien se levanta es la sombra de Cervantes: no hay ejemplo de uso más eximio de la germanía que Rinconete y Cortadillo, una novela ejemplar en más de un sentido.

La saga comienza con una ya mítica frase (es la misma frase con la que termina la película Alatriste, dirigida por Agustín Díaz Yanes, con Viggo Mortensen en el papel de Alatriste y estrenada en 2006) que define al protagonista por boca de Iñigo Balboa: “No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente.” En El oro del rey se da cuenta de la muerte del capitán (grado que nunca alcanza oficialmente, pero que le otorgan sus pares en batalla): muere en combate el diecinueve de mayo de 1643 en la llanura de Rocroi junto con los restos del último cuadro de la infantería española. Pero también en El oro del rey, Iñigo confiesa: “Ahora, en este viaje que para mí sigue siendo interminable –a veces rozo la sospecha de que Iñigo Balboa no morirá nunca–, poseo la resignación de los recuerdos y los silencios.” No hace falta decir que la eternidad de Iñigo Balboa garantiza la eternidad del capitán. Por más que Pérez-Reverte amenace de tanto en tanto con el fin de la saga, se puede presumir que hay Alatriste para rato. Larga vida, pues, al capitán.

domingo, 26 de agosto de 2012

Fiona Apple - Shadowboxer

Julio Cortázar: El aplastamiento de las gotas.

Tres poemas de Julio Cortázar


EL BREVE AMOR
Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,
me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en le espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiédose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo-
(¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos ?)


PARA LEER EN FORMA INTERROGATIVA
Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amàs
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caìda la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazòn
habìa que tirarlos
habìa que llorarlos
habìa que inventarlos otra vez.


Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

Julio Cortázar: Cumpliría hoy 98 años

Publicó su primera colección de poemas "Presencia" bajo el seudónimo de Julio Denis.
Hoy se cumplen 98 años del nacimiento Julio Cortázar, escritor argentino creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en Latinoamérica.

Por eso te presentamos su vida y obra en 10 datos:

1.- Julio Florencio Cortázar nació en la embajada de Argentina en Bruselas el26 de agosto de 1914, creció en Banfield, un poblado de Buenos Aires y curso sus estudios en la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta”.

2.- En 1932 obtuvo el título como Maestro Normal, que le permitió ejercer el magisterio, en el mismo año, Cortázar en una librería de Buenos Aires, descubrió el libro titulado “Opio”, del novelista Jean Cocteau y con ello cambio por completo su visión de la literatura y le ayudó a experimentar el movimiento surrealista.

3.- En 1935 obtuvo el título de Profesor Normal en Letras e ingresó en la Facultad de Filosofía y letras y dos años después fue profesor del Colegio Nacional, de la provincia de Buenos Aires.Cortázar publicó su primera colección de poemas “Presencia” bajo el seudónimo de Julio Denis en 1938.

4.- Tiempo después publicó un artículo sobre el poeta francés Jean Rimbaud en la revista “Huella”, que fue un importante modelo de expresión para los jóvenes escritores y salió a luz su primer cuento titulado “Bruja”, en la revista Correo Literario en 1941.

5.- Participó en las manifestaciones de oposición del movimiento argentino conocido como peronismo, en la época en que el general Juan Domingo Perón ganó las elecciones presidenciales. Cortázar reunió su primer volumen de cuentos titulado “La otra orilla”, posterior a ello comenzó a trabajar en la Cámara Argentina del Libro, en Buenos Aires.

6.- En 1946 publicó el cuento “Casa tomada” en la revista “Los ananes de Buenos Aires”, dirigida por el también escritor Jorge Luis Borges, asimismo escribió “La urna griega en la poesía de John Keats” y la “Teoría del Túnel”.

7.- En 1948 publicó “Bestiario”, su primer libro de cuentos, y comenzó a trabajar como escritor en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
8.- Cortázar contrajo nupcias con Aurora Bernárdez en 1953 y en 1959 publico “Las armas secretas”, que incluye el cuento largo “El perseguidor”, donde aborda un problema de tipo existencial, de tipo humano, que luego se ampliará en el libro “Los premios”, de 1961.

9.- Su obra “Rayuela” reapareció en 1963, se vendieron cinco mil ejemplares en el primer año y en esa misma época participó como jurado en el Premio Casa de las Américas, en La Habana, Cuba.

10.- En 1981, el gobierno socialista de François Miterrand le otorgó a Cortázar la nacionalidad francesa y el 12 de febrero de 1984 falleció a los 69 años de edad, a consecuencia de la leucemia que padecía.