jueves, 13 de septiembre de 2012

Fiona Apple - Shadowboxer (live)

Dj. Shadow - Organ donor

LOS AUTORES QUE NO AMABAN A OTROS AUTORES.

El ego del escritor es legendariamente inmenso, y con los grandes talentos llegan, con frecuencia, grandes y conflictivas personalidades. Por tanto, no ha de extrañarnos que las disputas entre autores (y, por supuesto, las disputas entre autores y críticos) estén a la orden del día.
Todos recordamos aquel soneto A una nariz de Quevedo, tal vez la muestra más famosa que tenemos en la historia de la literatura española de un desencuentro entre grandes autores. Pero las broncas literarias no son exclusivas de un solo país, cultura o época. Hay odios, desprecios y rencores para elegir, como en todas las familias.
La animadversión no se limita a los coetáneos, ya que muchos autores han expresado, de manera vehemente, su aberración por escritores ya fallecidos. Algunos hasta han insistido en su deseo de desenterrar al autor detestado para aporrear su esqueleto, como le ocurría al dramaturgo George Bernard Shaw, que odiaba tanto las obras de William Shakespeare que afirmaba que la intensidad de mi impaciencia con Shakespeare llega a veces hasta tal punto que sería para mí un alivio desenterrarlo para tirarle piedras, conociendo como conozco tanto su incapacidad como la de sus adoradores para entender cualquier forma menos obvia de humillación. Claro está que Shaw también tenía sus detractores; de él dijo H. G. Wells (autor de La máquina del tiempo o La guerra de los mundos) que era un niño idiota gritando en un hospital. Y aquello de vejar cadáveres no se quedaba en el célebre dramaturgo irlandés; Mark Twain decía de Jane Austen, autora de grandes clásicos de la novela decimonónica como Sentido y sensibilidad que cada vez que leo Orgullo y prejuicio quiero desenterrarla y pegarle en el cráneo con su propia tibia.
Ni los más grandes y populares se libran del odio de sus colegas escritores. Y qué decir de críticos y teóricos: Harold Bloom dijo de J. K. Rowling, en el año 2000: ¿Cómo leer Harry Potter y la piedra filosofal? Bueno, con mucha prisa, para poder llegar al final. ¿Por qué leerlo? Si es imposible convencerte de que leas otra cosa mejor, imagino que Rowling tendrá que servirte. Stephen King, sin embargo, defendía a Harry Potter, aunque no puede decirse lo mismo de Crepúsculo: Tanto Rowling como Meyer le están hablando de manera directa a los jóvenes. La diferencia es que J. K. Rowling es una autora excelente y Stephenie Meyer no sabe escribir. No es muy buena.
Ni siquiera ese gran favorito de la literatura española, Cervantes, se libra del desprecio ajeno. Martin Amis dijo del Quijote en una ocasión: Leer Don Quijote podría compararse con una visita indefinida de tu pariente anciano más insoportable, con todas sus travesuras, costumbres asquerosas, relatos interminables y amigos terribles. Cuando termina la visita, y el viejo por fin se marcha (en la página 846 de una prosa apretada, sin pausas para el diálogo), llorarás, pero no lágrimas de alivio o arrepentimiento sino de orgullo. Lo conseguiste, a pesar de todo lo que Don Quijote podía hacerte.

VENDIENDO RESEÑAS AL POR MAYOR.

En el mundo de la publicidad siempre ha funcionado muy bien el testimonio, o aquella reseña o crítica positiva, supuestamente objetiva, realizada por el cliente o consumidor del producto anunciado. Sin embargo, ya pocos se creen las palabras que aparecen en las esquinas de las webs o de las revistas, o de fondo en los anuncios de televisión: ¡Con Herbalifit-Intensivo he perdido 20 kilos en dos semanas!, Cómo atravesar espejos verdes es la mejor película que he visto este año o tienes que probar los yogures de Biofitán, desde que los compro hasta tengo los dientes más blancos.
Lo que sí seguimos creyéndonos son los testimonios supuestamente realizados por personas como nosotros, en un entorno controlado, como ocurre con las reseñas de libros en lugares como Amazon. Y es posible que en nuestro país todavía no haya llegado la oleada de falsas reseñas que azotan otros países, como ocurre en Estados Unidos en comunidades como la propia Amazon o Goodreads, donde se estima que un alto porcentaje de las reseñas y comentarios que se dejan en los libros no son del todo fiables. Los expertos estiman que un tercio de las opiniones publicadas por parte de los consumidores es falso, si bien es difícil saber qué parte de éstas son producidas por clientes a comisión de la empresa anunciadora o por parte de una empresa dedicada a confeccionar este tipo de testimonios (por no hablar de familiares y personas cercanas al propio autor).
Y es que esto de las reseñas es todo un negocio. Así lo descubrió el emprendedor Todd Rutherford, que empezó a vender al por mayor sus reseñas a los escritores deseosos de apuntarse al carro Amazon de la promoción “boca a boca”. Es cierto que una obra que obtenga muchas valoraciones en esta página despierta más interés que los pobres libros que son ignorados, así que muchos escritores no tenían problema en pagar 499 dólares (casi 400 euros) para conseguir 20 reseñas favorables en diferentes comunidades lectoras en línea. Pronto Rutherford tuvo que empezar a reclutar a más “críticos”, que ni siquiera leían los libros: solo hacía falta saber un poco de qué iban estos para producir una reseña creíble. A Ruthford al final le explotó el negocio en las manos: una de sus clientas quedó insatisfecha con sus servicios y publicó su experiencia negativa en internet (un ejemplo de como, a diferencia de lo que ocurre con los libros, la mala publicidad no ayuda a vender); por otra parte Amazon por fin espabiló y comenzó a controlar con mayor precisión la fiabilidad de sus reseñas. Aun así, parece que sigue siendo una práctica común entre autores (sobre todo autoeditados) el contratar los servicios de reseñadores profesionales.
La desesperación de estos autores, dispuestos a pagar lo que haga falta para promocionar sus libros, demuestra lo importante que es compartir nuestras reseñas y opiniones por la red para ayudar a dar a conocer a un escritor. Hagamos que nuestras palabras acerca de un libro cuenten de verdad. Se ha demostrado que hasta las valoraciones negativas pueden ayudar a vender libros, así que el mayor castigo que puede proporcionarse a un libro que no guste es ignorarlo. Teniendo esto en cuenta, cobra más importancia el dar a conocer nuestra pasión por las obras que sí valen la pena.

UN HOTEL CON EL NOMBRE DE HARUKI MURAKAMI; Tusquets edita en español “Baila, baila, baila”, una novela que el escritor japonés publicó por primera vez en 1988.

Como Norwegian Wood se llamó así por una canción de los Beatles, Baila, baila, baila le debe su título a “Dance, dance, dance”, una canción de los Beach Boys, y otras tantas melodías populares funcionan como banda sonora de una historia laberíntica de asesinatos, viajes a Hawai, pasajes a otros mundos y fiestas al ritmo de la música que suena en la radio de un destartalado Subaru.
Un protagonista sin nombre que trabaja de escritor freelance vuelve al hotel de mala muerte donde tiempo atrás su amante desapareció sin dejar rastro. El Hotel Delfín, donde pasó gratos momentos con ella, descubre ahora que fue adquirido por una multinacional que lo ha convertido en un lujoso y moderno hotel al estilo occidental.
Porque ama a la mujer que busca, aunque no conoce su nombre, la historia comienza como una desventura surrealista... Y así continúa. El protagonista comienza a experimentar sueños en los que esta mujer y el Hombre Oveja –un extraño vestido con una piel de oveja que habla en tono monótono– se le aparecen para guiarlo en el descubrimiento de dos misterios.

El primero, de naturaleza metafísica, es cómo sobrevivir a lo imposible. El segundo, el asesinato de una prostituta en el que un antiguo compañero de colegio suyo, ahora un famoso actor de cine, es el principal sospechoso. En el camino, el protagonista conoce a una problemática chica clarividente de 13 años y sus también problemáticos padres, un poeta manco, una simpática recepcionista... del famoso Hotel Delfín de Sapporo. Y un personaje llamado Hiraku Makimura –anagrama de Haruki Murakami– que también es autor best seller.

Escrita entre Tokio Blues y Al sur de la frontera, Baila, baila, baila recupera algunas de las obsesiones del autor japonés más famoso de occidente. La pérdida y el abandono, al igual que muchas de sus novelas, están presentes en la figura de la amada sin nombre. Además de la alienación y los pasajes donde lo cotidiano se vuelve extraordinario, lo sorprendente o absurdo se manifiesta posible y todo está conectado.