domingo, 2 de septiembre de 2012

Los libros prohibidos de la literatura universal.

Existen libros sobre temas totalmente amorales o abyectos, como El asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas de Quincey. Relatado en la forma de una conferencia dada en la Asociación de Conocedores del Asesinato, hace un recorrido por el arte del asesinato, desde la más remota antigüedad hasta las atrocidades de sus contemporáneos.
En el fondo, eso sí, Quincey pretendía satirizar la morbosa curiosidad que despiertan los sucesos sangrientos. Sin embargo, donde De Quincey da rienda suelta a todo el horror de un crimen es en el Post Scriptum añadido en 1854, donde describe metódicamente los asesinatos cometidos por un tal John Williams en 1812.
Una de las citas más recordadas del libro es, sin duda, la irónica:
Uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia al robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente.
Otros libros, a la luz de nuestros valores actuales, no son para tanto, pero en su día levantaron ampollas. Como Aullido, de Allen Ginsberg. No en vano, la obra se consideró escandalosa por la crudeza de su lenguaje. Poco después de su publicación en 1956 por una pequeña editora de San Francisco, fue prohibida. La prohibición fue un caso célebre entre los defensores de la primera enmienda de la Constitución estadounidense.
He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz.
Pero sin duda el que más efectos produjo en la población lectora fue Euthanasia: The Aesthetics of Suicide (Eutanasia: la estética del suicidio), que escribió James A. Harden-Hickey en 1894 y que incitó a la muerte a muchos lectores.
En el libro se describía con sumo detalle técnicas para llevar a cabo el suicidio, incluyéndose 90 tipos diferentes de veneno y hasta 50 instrumentos para darse muerte, así como una gran cantidad de ilustraciones explicativas para su uso.
Años después, el autor también se suicidó, escogiendo como mejor procedimiento la sobredosis de morfina. Una ideología que también compartía Chris Korda, hijo de Michael Korda, editor jefe de Simon & Schuster y nieto de uno de los artífices de la industria cinematográfica británica, que es el fundador y líder de la Iglesia de la Eutanasia. Una secta, performance o exabrupto dadaísta, quién lo sabe ya, que se basa en un único mandamiento: No procrearás. Y que se asienta, a su vez, en cuatro pilares ideológicos fundamentales: suicidio, aborto, canibalismo y sodomía. Olé.
Como anuncian en su propio sitio en Internet (churchofeuthanasia.org), son “una organización educativa sin ánimo de lucro dedicada a restaurar el equilibrio entre los humanos y el resto de las especies a través de la reducción voluntaria de la población“.
Tras su publicación en 1955, el libro fue prohibido en países como Francia, Nueva Zelanda y Argentina. Hablamos de Lolita, de Vladimir Nabokov, una de las novelas más controvertidas de la historia de la literatura, pues introducía un tema tabú desde el punto de vista del infractor: la pederastia.
Por esa razón, el libro es un ícono de la censura y la privación de libertad, como lo relata la novela Leyendo a Lolita en Teherán, de la escritora iraní Azar Nafisi, que narra cómo ella y sus alumnas se juntaban a discutir literatura occidental tras la revolución.

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