lunes, 13 de agosto de 2012

Cuento # 1. La última ofrenda.


LA ÚLTIMA OFRENDA

Se va acercando el día de las ofrendas y no sé si he despertado ya o me encuentro atrapado aún en un sueño que me ha venido persiguiendo desde hace dos semanas.
El espejo me refleja echado sobre el sucio piso, cubierto con las mantas húmedas y con el torso desnudo y sudoroso. A mi lado no hay nadie, aunque a decir verdad, nunca ha habido alguien que yo recuerde. Jamás he tenido problema alguno con la soledad, pero creo que está vez me ha afectado más que de costumbre.
Mi reflejo es distinto a mí o a la imagen que creía tener de mí mismo. Nunca pensé llevar la barba tan desordenada ni estas ojeras tan profundas y marcadas. Veo mi pelo y me preguntó ¿desde cuándo no me lo corto?, no recuerdo haberlo tenido así de abundante antes. En mis ojos he notado algo que me hace pensar que ya no son más míos, pero no sé lo que es. En sí mi cara parece otra, más grande quizás, más tosca y animal. Nunca antes me había pasado, pero desde hace dos semanas vengo pensando en lo mismo y ya no lo soporto más. Y todo por esa horrible pesadilla que se niega a dejarme.
El sueño no varía en ninguna escena; cada noche me hallo tendido en el suelo,  y al cerrar los ojos siento la presencia de la muerte asechándome cada vez más de cerca, como si se encontrara en un viaje en el que soy yo la meta. Puedo sentir el viento soplando las velas de la embarcación, también el silencio calmado de los catorce que me han enviado en sacrificio, y es esa tranquilidad precisamente la que me pone nervioso.
Desde hace años llegan a este encierro los escogidos para rendir tributo a mi padre y a mi patria, pero nunca había sentido esta extraña sensación de calma en el viento del mar Egeo. Es como si un frío metal me lacerara el cuerpo a la distancia, y eso es algo que no me agrada sentir. Hay algo raro en todo esto, y es que en estas dos semanas me he sentido más solo que de costumbre, como si todos supieran que algo va a ocurrirme y nadie me lo quiera contar, ni mi hermana que es la que más viene a verme, y a la que no he visto para nada en estas últimas dos semanas de tormento.

El sol radiante me indica que ya ha amanecido y hoy debería llegar la embarcación con los catorce elegidos. Pero no sé aún si sigo dormido o ya desperté de esta pesadilla. Ahora siento más frío que de costumbre, me tiembla el cuerpo y siento que la muerte me acecha muy de cerca, casi me respira en la nuca. Me encierro entonces en mi habitación situada en lo más profundo de mi casa, y me cubro con las mantas tratando de ocultarme de mi propia imagen en el espejo.
Es casi mediodía en el reflejo y me he visto frente a frente con la muerte. Está sola, igual que yo, y me ha mirado amenazante, sin mostrar una pizca de nervios por mi todavía descomunal presencia, a pesar del terror que me ha causado ver sus ojos de fuego mirándome. En la mano lleva un ovillo de oro, el mismo que años atrás le regalé a mi hermana cuando me vino a visitar por primera vez a escondidas del rey, y en la otra, puedo ver el frío metal que antes me lacerara el cuerpo en la vigilia. Las cosas ya no son tan confusas ahora, porque he logrado sentir la calidez de mi sangre recorriendo mi vientre herido, y creo que esto es, al fin, el final de esa amarga pesadilla.

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